lunes, 21 de noviembre de 2022

FILOSOFIA - ACUARIO : La Era Expectante - Entrega XLII

 FILOSOFIA  


                         ACUARIO : La Era Expectante  

                                         Entrega XLII  

                 EL VIAJE A LA CIUDADELA INTERIOR

                                       

      Jinete y caballo se correspondían, como si una misma respiración los abarcara a ambos. Se alejaban a paso de la ciudadela exterior para recorrer abiertamente el campo.

       El caballo se detenía de vez en cuando, y comenzaba a caracolear como para indicar su contento; luego se lanzaba en línea recta, con movimientos bien construidos. 

       Siguieron una vereda que perseguía el curso del río, donde por ratos la vegetación se hacía más tupida, y en un lugar donde habían amontonado piedras para representar las aguas del río, el ´hombre que no sabía quién era´ bajó de su cabalgadura y se sumergió en las aguas límpidas.

       Regresó luego por el mismo camino que había recorrido anteriormente ; pero al final se separó de la vereda y continuó a campo abierto, hasta divisar a distancia una casa-granja, asentada en mitad de aquella extensión.

       Al acercarse vio a un muchacho de unos doce años ; estaba cerca de una rueda y de otros implementos de labor, al lado mismo de la casa. Había algo de descarado en su expresión que no lo hacía simpático. Pronto apareció la madre, aún joven, en traje largo de campesina, delgada y pálida ; luego el padre, descolorido. No se veía felicidad en ellos ; al menos aquella alegría y luminosidad que había visto en las gentes de la Ciudadela exterior del Castillo.

       Parecían no pertenecer a la Ciudadela y que estaban ahí, esperando, con una extraña misión que ellos mismos ignoraban.

    El ´hombre que no sabía quién era´ trató de comunicarse con ellos, sin lograrlo ; pues estaban como detenidos en una vibración más lenta. Lo mismo podría decirse de la casa, confinada en su propio espacio, no parecía ofrecerse a nadie, a diferencia de las escaleras de piedra de la Ciudadela exterior, donde reclinaban mujeres y niños, que lucían complacidas al Sol. Aquella opacidad conturbaba al ´hombre que no sabía quién era´.

      En esto apareció a distancia,  en la dirección en que se levantaba la Ciudadela, el escudero de negra armadura. Se hizo patente en ese momento que el escudero pertenecía a otro mundo, de vibración más intensa.

     El ´hombre que no sabía quién era´ comprendió que venía en su busca, de modo que subió a su blanca cabalgadura y lo siguió, sin que en todo ello mediaran palabras.

       El escudero de negra armadura iba adelante, tirado un tanto a la derecha,  a la distancia de unos tres caballos. Esta disposición se mantuvo en toda la marcha.

       Una vez en la Ciudadela, siguieron en igual formación, si bien la estrechez de los pasajes obligaba a que el ángulo lateral se redujera prácticamente a cero, y quedaran uno detrás del otro, a la distancia de tres caballos. Atravesaron un puentecito de piedra, cuyo arco bien construido se anticipaba a distancia, porque justamente allí la vía describía el mismo trazo que sigue una hoz.

       El caballo blanco caracoleó sobre el pequeño puente hasta hacer comprender al ´hombre que no sabía quién era´ que lo hacía para complacer al ´puentecito de piedra´, que se tornaba cada vez más firme con la música del casco de los caballos.

       Al final de la vía, se vio un ángulo fuerte de edificaciones, del cual parecía una adelantarse. Ahí descansaron un momento y tomaron soma refrescante, servida por un hombre de barba recortada y ojos azulísimos, ante los cuales nada podría pasar desapercibido.

       Tomaron una de las calles que partía de aquel ángulo. La calle era realmente estrecha, lo justo para el paso de un caballo. Las edificaciones eran altas, de forma que no podía verse el cielo ; no obstante, la ausencia de cornisas. El ´hombre que no sabía quién era´se dio cuenta ( como si hubiera salido de sí para instalarse en lo alto ) que el camino describía una curva que tendía cada vez más hacia su derecha. Comenzaba ya a angustiarse, cuando columbró a distancia la salida, anunciada por un rayo de luz.

       Habían llegado al otro lado del Castillo, desde donde se abría al ORIENTE !

       Los caballos animaron su paso sobre la ancha calzada, separada por un muro almenado del valle que se extendía en el fondo, sembrado de olivares.

       Arriba, suspendido, el SOL INTERNO iluminaba, sin arrojar sombras ! . . . 

                                                                                                                                        
                                                                                               GODSUNO
 


Fuente : Órgano de Cultura y Difusión del Centro de Orientación Filosófica - Junio, 1977. Derechos reservados.  
     

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