sábado, 21 de mayo de 2022

FILOSOFIA - ACUARIO : La Era Expectante - Entrega XXXVI


FILOSOFIA


        ACUARIO : La Era Expectante

 

                                                               Entrega XXXVI

 

                                            LA ESCOGENCIA DE UN SITIO

 

                                   ó       LAS DOS MADRES .

 

       Al amanecer del nuevo día, lo primero que hizo ´el hombre que no sabía quién era´ fue tratar de encontrar al Santo Yogui, a fin de comunicarle su experiencia de la noche anterior, en la que había sido el grito de un águila en el cuerpo de Buda. Su mirada se posó tranquila en el paisaje y no descubrió a nadie. Se levantó, entonces, y marchó hacia en Sur-Este, siguiendo de cerca la ribera del río, que por trechos sólo el rumor del agua anunciaba su presencia.

 

       Recordaba claramente las palabras del Yogui : “ Tendrás otros encuentros . . . “

 

       En su camino sentía su cuerpo atravesado por corrientes de energía, como hasta entonces no había experimentado. Al atardecer se sentó al pie de un árbol que se elevaba sobre un pequeño montículo, cubierto en parte por sus raíces. Su cuerpo se sintió cómodo y tranquilo, como si aquel sitio le fuese familiar. Cruzó las piernas como solía hacerlo el Santo Yogui, y sintió que su columna vertebral se elevaba igual que el tronco del árbol, y firmemente asentado en la tierra, como si echase raíces, oyó el canto de la savia recorrer su cuerpo, para terminar en fresco rumor en el ligero temblor de las hojas de un verde transparente, que se extendían por encima de su cabeza.

 

       ¡ Veía la luminosidad de las hojas sin necesidad de levantar para ello los ojos !

 

       Comprendió que aquel era ´Su Sitio´, que a él volvería siempre que quisiese meditar, y que en cierta forma aquel árbol era él mismo.

 

       Meditaba sobre la belleza de todo lo que le sucedía, y daba gracias por ello, mientras seguía con atención la fuerza ascendente que le elevaba a formas cada vez más acabadas, hasta encontrarse fuera de su cuerpo.

 

       Le invadió en aquel momento un sentimiento de libertad muy grande. Se sumergió en las aguas del río, como si fuera a ser bautizado, aunque no tenía idea clara de ello. Se sentó luego sobre una losa que sobresalía de la roca, bañada de una luz tenue, y en posición búdica comenzó a orar, como recordaba haberlo oído una vez de boca de un niño :

 

                                   “ Padre Sol que estás en la Paz,

                                      extiéndase tu Reino ;

                                      hágase tu Voluntad así en la Tierra

                                      como en el Cielo ;

                                      comunícate con nosotros en el día de hoy

                                      y disipa nuestra ignorancia,

                                      para que podamos llevar tu luz a nuestros hermanos.

                                      Guíanos, Padre, en la confusión

                                      Y del error líbranos.”

 

       Las palabras fueron saliendo con marcada pausa de sus labios, y tanto los animales como las plantas y las piedras repetíanlas, como si en Plan interno de su Evolución se prescribiese apoyarse sobre ellas para elevarse.

 

       Al pronunciar las últimas palabras, ´el hombre que no sabía quién era´comenzó a girar sobre sí mismo, cada vez con una mayor intensidad, hasta ser solo energía en el espacio.

 

       Reapareció luego a orillas de un lago, de cuyas aguas sobresalían bambúes acuáticos. Se lanzó para atravesarlo a nado, y experimentó una gran alegría compartida  por todo lo que le rodeaba : por la tierra que hollaban sus pies, el agua que desplazaba sus manos, y los peces que en la oscuridad de algún punto del lago sabían de su presencia ; igual podría decirse del aire y de la luz uniforme que se extendía sobre las aguas.

 

       En la otra orilla el paisaje que se ofrecía a la vista era distinto : ligeras colinas cubiertas de piedras redondeadas, como cantos rodados, y, el aire era más fino.

 

       Entre dos de esas colinas corría un río de montaña que se deslizaba saltando entre pequeñas piedras, en dirección al lago. Subió por él y sintió fría su agua.  Florecillas menudas crecían entre los cantos ; el aire era extremadamente transparente y producía el mismo efecto de una lente al aproximar el paisaje. A medida que subía entre las colinas, éstas se iban definiendo cada vez más disímiles : una acentuaba su suave color verde y la frescura que le comunicaba las florecillas silvestres; la otra, en cambio, parecía irse formando de un sedimento cada más fino, trabajo lento del tiempo.

 

       A esta altura de su travesía vió – en un instante fuera de tiempo – a dos mujeres bellas, de gran escala, sentadas sobre ambas colinas, cuyos pies desnudos casi se tocaban. Parecían contemplarse en silencio. Comprendió que una representaba la Vida y la otra la Muerte. Estaban hechas de la misma Materia que las colinas sobre las que reposaban. Se sentó a sus pies y sintió que su Silencio tejía un ritmo que era su hablar, que era el mismo ritmo de la Tierra. No supo si se quedó dormido, pero se vio jugando como un niño entre sus rodillas, y oyó que las interrogaba : “ ¡ Madre !, qué habría de hacer para ir más allá de esas dos colinas ? . . . “

 

                                                                                                                                                                               

                                                                                                                GODSUNO

                                                                                                                __________

                                                                  

 


Fuente : Órgano de Cultura y Difusión del Centro de Orientación Filosófica. Julio-Agosto 1976. Derechos reservados
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